Las sociedades europeas llevan coexistiendo con los lobos desde tiempos inmemoriales. Y decimos coexistiendo porque no hemos sido capaces de aniquilarlos definitivamente de la faz de la Tierra, como sí ocurrió, por ejemplo, con el lobo marsupial en Australia, Nueva Guinea y Tasmania.
No hemos conseguido aniquilarlo porque es un animal esquivo, inteligente y capaz de sobrevivir en los ambientes menos amables para nuestros asentamientos y actividades. Sin embargo, aunque no conseguimos aniquilarlos sí fuimos capaces de reducir notablemente sus poblaciones y de contraer su área de distribución a mínimos, a mediados del siglo XX.
La conciencia social de haber llegado a límites poco aconsejables en relación con la degradación antrópica del medio ambiente, cristalizó, en las últimas décadas del siglo pasado, en la promulgación de normas proteccionistas para los ecosistemas que mantienen nuestra forma de vida. Al mismo tiempo, la certeza de que nuestro sistema económico y productivo está siendo la causa de la Sexta Extinción de la biodiversidad ha afinado las investigaciones sobre esta materia.
En definitiva, la conciencia medioambiental ciudadana ha ido aumentando con el paso de los años, empujada por los datos de una población humana en continuo crecimiento, frente al agotamiento o la extenuación progresiva de muchos recursos naturales.
Pues bien, en este contexto de mayor sensibilidad ambiental media de la ciudadanía, surgen situaciones de involucionismo mental. Es el caso de la receta que están ofreciendo las administraciones autonómicas como “bálsamo de Fierabrás” para el problema de los daños que originan los lobos a la cabaña ganadera: ejecutar a balazos a decenas de ejemplares. Hasta la fecha han puesto cifras a esas matanzas Cantabria y Asturias: 41 y 53 lobos a fusilar respectivamente. Galicia no pone límite alguno a los individuos a matar. En su caso dependerá de las demandas presentadas por los ganaderos. Castilla y León puede intentar rizar el rizo.
Pero es que además de su carácter involucionista, al tratar de aplicar recetas trasnochadas para el contexto actual, se trata de medidas absoluta y científicamente demostradas como contraproducentes para solucionar el problema que pretenden. La ejecución de individuos de una manada de lobos no conduce a la reducción de los posibles daños al ganado generados por ese grupo familiar. Al contrario, la desestructuración del “equipo” pone al ganado, más fácil de cazar, en el centro de la diana, frente a las presas silvestres. Son numerosos los trabajos científicos que describen esta realidad contrastada.
Si de verdad se quieren reducir los daños a la ganadería provocados por los lobos, se deben adoptar todas las medidas preventivas que, también, la investigación y la experiencia han demostrado como eficaces, fundamentalmente cercados y perros de guardia. Además, las administraciones deben ser diligentes y justas a la hora de indemnizar los daños generados. Porque debemos recordar que todos los fondos, fundamentalmente europeos, para el apoyo a la ganadería extensiva y semiextensiva se definen como ayudas agroambientales, es decir, fondos para apoyar a un sector productivo que permite el mantenimiento de agrosistemas con funcionalidad ecosistémica. Dicho de otra manera, las ayudas que reciben los ganaderos de extensivo llevan implícitamente el recado de la convivencia con el lobo.
Por eso decimos que las balas no son la solución. Salvo que la intención sea acabar con todos los lobos, como en aquel triste eslogan que decía “Con lobos no hay paraíso”. Pero eso, entonces, hay que decirlo.